“El periodo más oscuro y desconocido de la historia de España es el de la dominación árabe; nuestros cronistas e historiadores, tratándolos con su implacable odio de raza, mirándolos eternamente como los enemigos de la religión y la patria, no les han dado en sus escritos otro lugar que el necesario para relatar aquel l a sucesiva serie de combates que comenzaron en Covadonga y terminaron en la Vega Granada…”

José Bisso y Vidal (1830 1893)
“Crónica General de España Provincia de Málaga”
Madrid, 1869.

Las referencias historiográficas a cerca de los ocho siglos de presencia musulmana en al-Andalus, presenta en ocasiones numerosos problemas que son debidos a diversos factores.

La mayoría de las obras procedente de cronistas o historiógrafos árabes, no son coetáneas a las primeras incursiones y posterior conquista de al-Andalus, lo que originó que durante años gran parte de la historiografía castellana las consideraran poco fiables, haciéndola sospechosa de falta de rigurosidad apoyándose en el hecho de que estos autores en su mayoría, no fueran coetáneos a los hechos.

El colapso del reino hispano visigodo fue clave en la llegada de los musulmanes.

Durante el siglo IV después de Cristo, Málaga no estaba conformada políticamente como una unidad, se hallaba inmersa en los profundos cambios socio-políticos, administrativos y económicos del Bajo Imperio Romano al mismo tiempo que existen grandes lagunas cronológicas respecto a hechos históricos destacables o de importancia.

Ya en el siglo V, la provincia de Málaga fue testigo de la llegada de los Vándalos allá por el 411 y de las batallas de estos contra los visigodos del rey Walia por controlar esta zona tan disputada desde tiempos remotos, en busca de tierras para el cultivo de cereales. Estas luchas debieron desestabilizar la vida social y económica, al menos, hasta la implantación definitiva del poder visigodo una vez expulsados los vándalos, alanos y suevos de la península cumpliendo así el trato firmado con los romanos en el 416, en el que el rey visigodo Walia firmó un “foedus” o tratado con el general Constancio, por el cual los romanos se comprometían a admitir a los visigodos como federados del imperio.

Cuando los visigodos se instalan en esta tierra encuentran edificios romanos principalmente de carácter civil que todavía siguen en pie, por lo que optan por su reconstrucción y mantenimiento. Sabemos poco de la arquitectura visigoda en nuestra provincia en momentos anteriores al rey Recaredo (559-601) y lo que sabemos sobre ella es que se basa sobre todo en edificios de carácter religioso.

Dicho esto, nos queda hablar de otra característica importante, la diferenciación entre los asentamientos de la costa y del interior de la provincia malagueña tanto en época bajo imperial como en la visigoda, que generarían importantes diferencias en la actividad económica de la provincia y que son imprescindibles para la comprensión del posterior mundo andalusí.

Los visigodos en la Península Ibérica mantendrán a lo largo de los siglos VI y VII la pervivencia de ciertos modelos romanos pero enfocados hacia un nuevo patrón de feudalización que empezó a fraguarse durante el Bajo Imperio Romano.

La Edad Media en la Península Ibérica transcurrió de forma muy diferente a como lo hizo en el resto de Europa Occidental. Los visigodos habían logrado unificar casi todo el territorio a finales del siglo VII. Pero al igual que ocurriría años después con al-Aldalus, las luchas entre las muchas facciones de nobles y el sistema de elección del monarca debilitaron esta unificación no pudiendo afrontar la entrada de los musulmanes en la península que se inició de manera definitiva en el año 711.

El islam había surgido en Arabia a principios del siglo VII extendiéndose rápidamente por Próximo Oriente y el Norte de África, que ya hacia el año 690 estaba prácticamente bajo el poder del califato de Damasco, el cual se encontraba en plena expansión por el mediterráneo, controlando ciudades como Ceuta y Melilla, y en general, toda la vertiente norteafricana incluyendo Túnez, el noroeste de Argelia y la actual Libia. El islam fue acogido por la mayoría de la población norteafricana, principalmente bereber.

Mientras tanto en la península Ibérica, después de periodos de diversas sucesiones de reyes y numerosos conflictos por todo el territorio; entre el 710-711 muere el rey visigodo Witiza. Esto da paso a una larga lucha por el poder entre dos bandos de nobles, uno que apoyaba a Aqila II, uno de los tres hijos de Witiza, y el otro, que gozaba con el apoyo de la mayoría de los nobles, que apoyaba a Rodrigo (Roderico).

Como resultado de estos enfrentamientos, el territorio quedó dividido haciéndose Rodrigo con el control de la mayor parte del reino siendo coronado rey en Toledo. Mientras, Aqila II gobernaría en el Valle del Ebro, la actual Cataluña y la región francesa de Languedoc-Rosellón.

Probablemente como consecuencia de la perdida de territorios, Aqila II pidió ayuda a los ejércitos musulmanes del norte de África a través del gobernador visigodo de Ceuta y Tánger, el Conde Julián (Yulyan Bulyan para los árabes), enemigo reconocido del rey Rodrigo.

En consecuencia, la ocupación del sur de la Península Ibérica por parte de poblaciones norteafricanas se produjo rápida e intensamente. El cristianismo enfrentado, abrió las puertas a ocho siglos de expansión árabe no solo territorial si no también cultural, científica y económica.

Pero los diferentes reinos cristianos no se conformaron y el proceso de la llamada no muy convenientemente “reconquista”, comenzó con el primer triunfo de los reinos cristianos en la llamada batalla de Covadonga en el año 718.

Poco después de su llegada de Damasco, el conocido Abd-al-Rahman11, derrotaría a Yusuf al-Fihri, el último valí del Emirato Cordobés. Tras esta victoria, se hizo proclamar emir con el nombre de Abd-al-Rahman I, rompiendo así relaciones con los Abbasíes de Damasco en el 733 y proclamando el Emirato independiente de Córdoba.

Casi dos siglos después, Abd-al-Rahman III, proclama el Califato Cordobés (912-1031). Esta sería una de las etapas más estables y de máximo esplendor del al-Andalus. Con él nace la dinastía Omeya cordobesa.

El califa Hixem II y especialmente su visir Al-Mansur (Almanzor. Año 939-1002), realizaron múltiples conquistas por todo el territorio y mantuvieron un cierto control sobre los diferentes estamentos de la sociedad, enfrentados entre sí por la desigualdad de derechos, situación que se daba entre árabes, bereberes y esclavos.

Durante esta época, al-Andalus vivió uno de sus mayores esplendores siendo Córdoba una de las ciudades más grandes e importantes de Occidente.  A la muerte de Al-Mansur, las luchas volvieron a ser continúas suponiendo el final del Califato. Estos conflictos entre musulmanes de la península Ibérica desembocaron en los llamados Reinos de Taifas (treinta reinos distintos) que se sucedieron en distintos intervalos de tiempo.

Las luchas entre musulmanes favorecieron que los cristianos fueran ganando terreno, además ocurrió algo parecido a lo vivido en el periodo visigodo. Estos reinos de taifas pedían ayuda a diferentes tribus del norte de África que tras su llegada a la península ibérica que después se afincarían en el Sur, instaurando nuevas dinastías gobernantes en al-Andalus como fueron Almorávides, de origen bereber (1086-1140) y Almohades (1140-1214), defensores estrictos del islam.

De todos los reinos llamados de Taifas, el único que no desapareció en medio de luchas internas, religiosas o sociales además de soportar el irremediable avance cristiano hacia el Sur que comenzó siglos atrás, fue el reino de la dinastía Nasarita (1238-1492) fundado por el noble nazarí Mohamed-Ibn-Nazar y que trasladó su corte de  Jaén a Granada, organizando un nuevo estado que sobrevivió e incluso alcanzó un gran esplendor, a pesar de los continuos conflictos entre facciones nobles, gracias a una envidiable situación geográfica que propició el comercio con reinos cristianos, con los musulmanes de África y con los genoveses a través del mediterráneo.

En Alhaurín el Grande, al igual que en otras zonas, se llegó a un gran desarrollo de la explotación agrícola de las tierras más fértiles del municipio. Surgiendo así las huertas de regadío por el sistema de acequias que se han conservado hasta nuestros días. El agua era de vital importancia y la cultura islámica supo sacar rendimiento de los numerosos manantiales de nuestro pueblo, no sólo para el cultivo de los campos sino como energía para la industria de la época, los molinos harineros dispersos por el término municipal , tanto en la cuenca del Fahala como en las calles Molinos de Arriba y Molinos de Abajo, que se encontraban fuera del núcleo urbano en esa época, ya que Alhaurín era la zona que rodea la actual parroquia, una pequeña población rodeada por una muralla que discurriría por la zona comprendida entre calle Muro y calle Altillo.

Contamos en nuestro municipio con testigos de esta época como la Torre de Jurique, El Castillo de Fahala, el Arco del Cobertizo y los molinos de Galiano y Los Corchos entre otros.

 

Escrito: Juan Pablo Rueda Aragón, Historiador del Arte.

Bibliografía:

Castillo Benítez, J. Historia de la Villa de Alhaurín el Grande, Ayuntamiento de Alhaurín el Grande. 1996.

Muñoz Morillo, M.A., Alhaurín el Grande y el Castillo de Fahala, Ayuntamiento de Alhaurín el Grande. 2020.

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